Acudo a mis "apuntes hipervínculados" como dice la Márquez y lo comparto con todos, ojalá lo lean y lo disfruten.
Hace más de doscientos años un hombre, que en una piragua a vela y remos se internaba junto con otros pocos por estos canales aún innominados en busca de hombres sin alma, llegó un día de mares al límite de su fe. Ni los padrenuestros, ni las avemarías, ni las letanías apiadaban al Dios de esas olas que los quebrantaban y de esos vientos desgarradores. Su piragua iba a zozobrar. Entonces ese sacerdote tomó una cuerda – imagina sus dedos duros de frío, apurados, temblorosos – amarró una medalla con la efigie de San Francisco Javier y la echó al agua. Y nos favoreció el santo – dice – pues ya iban en decadencia los huracanes y dos de ellos vi que, declinando por estribor con mucha oscuridad y agua, nos dejaron libres las débiles embarcaciones, tan pequeñas y sin resistencia que me horrorizaba de sólo pensarlo, pues un navío no hiciera poco en conservarse entre tanta tormenta.
¿Qué hizo José García Alsué, el sacerdote jesuita, al echar la medalla del santo pendiente de un cordel a las aguas enfurecidas? En nota de pie de página los editores modernos de su Diario de Viaje juzgan que el jesuita, tan supersticioso en esto como los indios que buscaba, lo hizo para castigar al santo. Para que en efigie él sufriera lo que cristianos devotos suyos sufrían en carne y hueso sin ser oídos.
Pero este comentario, aún desde el punto de vista de la superstición, es una estupidez. ¿No era justamente ahí, en la piragua, donde la medalla compartía la suerte atroz de sus tripulantes, a medias vivos entre el aire y el agua? ¿Qué castigo peor que ese podía haber en la hondura quieta del mar?
No. Esa noche de tormenta en las afueras de la isla Guamblín comprendí que 200 años antes el padre García había en verdad echado al agua un señuelo. Un señuelo hecho para pescar la paz de la hondura. ¡Imagina un pequeño óvalo de plata con la figura impávida del Santo misionero oscilando apenas iluminada por la suave luz submarina del canal! ¡Imagina al sacerdote diez metros más arriba, extenuado y despavorido, sujetando el cordel de la medalla en medio de las olas rabiosas, las ráfagas, los turbiones y los gritos de desesperación de sus marineros! ¡Imagina su fortaleza espiritual capaz de sostener ese cabo leva, flojo, nulo, en esa vorágine llena de golpazos, estampidos, quebraduras, rasgones! ¡Qué acto tan extraño me parecía antes y ahora cuán lleno de sentido! En medio de una tormenta, en medio de un fiordo abrupto, ¿dónde puede fondear un barco sino en la paz de las aguas?, ¿cómo van a aquietarse las aguas si no se vuelven también templo?, ¿cómo van a encontrar su paz si no son incluidas en el orden de la Creación?, ¿cómo van a entrar en la armonía del cosmos sin palabra?
¿Qué hizo José García Alsué, el sacerdote jesuita, al echar la medalla del santo pendiente de un cordel a las aguas enfurecidas? En nota de pie de página los editores modernos de su Diario de Viaje juzgan que el jesuita, tan supersticioso en esto como los indios que buscaba, lo hizo para castigar al santo. Para que en efigie él sufriera lo que cristianos devotos suyos sufrían en carne y hueso sin ser oídos.
Pero este comentario, aún desde el punto de vista de la superstición, es una estupidez. ¿No era justamente ahí, en la piragua, donde la medalla compartía la suerte atroz de sus tripulantes, a medias vivos entre el aire y el agua? ¿Qué castigo peor que ese podía haber en la hondura quieta del mar?
No. Esa noche de tormenta en las afueras de la isla Guamblín comprendí que 200 años antes el padre García había en verdad echado al agua un señuelo. Un señuelo hecho para pescar la paz de la hondura. ¡Imagina un pequeño óvalo de plata con la figura impávida del Santo misionero oscilando apenas iluminada por la suave luz submarina del canal! ¡Imagina al sacerdote diez metros más arriba, extenuado y despavorido, sujetando el cordel de la medalla en medio de las olas rabiosas, las ráfagas, los turbiones y los gritos de desesperación de sus marineros! ¡Imagina su fortaleza espiritual capaz de sostener ese cabo leva, flojo, nulo, en esa vorágine llena de golpazos, estampidos, quebraduras, rasgones! ¡Qué acto tan extraño me parecía antes y ahora cuán lleno de sentido! En medio de una tormenta, en medio de un fiordo abrupto, ¿dónde puede fondear un barco sino en la paz de las aguas?, ¿cómo van a aquietarse las aguas si no se vuelven también templo?, ¿cómo van a encontrar su paz si no son incluidas en el orden de la Creación?, ¿cómo van a entrar en la armonía del cosmos sin palabra?
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Mucho antes de que Aysén se llamara Aysén, en castellano se llamó Trapananda.
¡Qué bello y extraño nombre! Trapananda ... Me sonaba, no sé por qué, a palabra oriental, india. Me sonaba a nombre de imperio asiático legendario, como la Trapisonda de los Libros de Caballería y del Quijote. En ninguno de los diccionarios que consulté encontré nada que se le pareciera. Trapananda ... Era como para creer que algún escriba aficionado a los anagramas la había incluido en un documento de la época para burlarse de nosotros. Pero no; aparece en varios escritos independientes; no es posible dudar de su uso generalizado como denominación de esta región que hoy llamamos Aysén, y que entonces – hablo del siglo XVI – era todo el oscuro país de naufragios y penas que iba desde la isla de Chiloé hasta el Estrecho de Magallanes. Trapananda ... Me parecía, por otra parte, un vocablo no derivado de alguna lengua indígena: no me sonaba como suenan, por ejemplo, Traiguén, o Tralauquin o Trapalputra.
Y si era, como lo creía, un nombre castellano, consideraba su dilucidación de primera importancia puesto que en él debía estar cifrado el origen de esta tierra, su aparición en la lengua con que aún la reconocemos y habitamos. Trapananda ... No tuve mayor éxtio en mis indagaciones hasta que encontré el nombre escrito de otra manera: Trapalanda. ¡Traspalada! ¡Al fin! ¡Gracias a esa “l” la palabra adquiría un definitivo aire de denominación geográfica! Sí, la misma landa de Irlanda, de Holanda y de mil otras landas o tierras resonaba ahora en Trapa n/l anda. Así, me dije, todo el asunto está en averiguar el origen y sentido de esas trápana o trápala iniciales, pues es claro que con ellas se pudieron formar trápana-landa o trápala-landa, las que luego, por economía de la pronunciación, terminaron en trapananda o trapalanda. Partí entonces al descubrimiento de estas Tierra de la trápana y Tierra de la trápala tan misteriosas, internándome en el gran diccionario de Corominas. Ambas palabras, según éste, derivan de trampa. ¿Te imaginas? ¡El primer nombre de Aysén había sido Tierra de la Trampa! ¿No es como para ponerse a mirar Aysén con otros ojos, más alertas, más recelosos? ¡Tierra de la Trampa! Pero aún hay más, porque, conservando el origen común en trampa, resulta que trápala significa ruido de voces, chisme, embuste, enredo, engaño, y que trápala significa cárcel, lugar de alboroto o escándalo. Así, desde el punto de vista etimológico, se puede decir que Aysén tuvo en su origen un nombre ambiguo: Trapalanda, Tierra de la Trampa – Engaño, y también Trapananda, Tierra de la Trampa – Cárcel. ¿Son todavía estas tres palabras, trampa, engaño y cárcel, luces potentes que iluminan la realidad de este territorio, y que aún hay que tener en cuenta a la hora de amarlo y convertirlo?
Quien entrara en Aysén por mar, tal como lo hicieron los primeros, sin una carta, sea que, viniendo desde Chiloé, se internara por el canal de Moraleda, sea que, viniendo desde el océano abierto, entrara por el canal de Darwin u otro, se hallaría, pasadas las primeras islas, perdido. ¡Caído en una trampa! No de las trampas que ceden bajo los pies sino de aquellas que ceden ante los ojos, como el laberinto o como el espejismo. Ningún mar, ninguna pampa o llanura de hielos son comparables a esta trabazón glacial de aguas y tierras en cuanto al pasmo que inspira su infinitud geográfica. Un número infinito de islas desmenuzado por un infinito número de canales en un número infinito de puntas, lenguas y abras, y transfigurado por una infinita sucesión de nubes. En ninguna otra región del planeta tiene uno al adentrarse la sensación tan clara de haber perdido irremediablemente la salida. Pero no es sólo uno: también la tierra aquí y el mar parecen haber llevado demasiado lejos el juego colosal de que nos hablan los geólogos, la lucha por emerger y por sumergir, y ahora islas y canales son los miembros entremezclados de dos gigantes exhaustos en los que ya no alienta el ánimo de desligarse y vencer. En este inmenso teatro de aniquilación geológica, el cielo y sus meteoros reinan como amos absolutos sobre los añicos de tierra y los jirones de agua, y día y noche son tales y tan bruscas las mudanzas del clima que parecen fraguadas para escamotearle al hombre la última firmeza, las balizas del firmamento, el sol y las estrellas, y así mejor perderlo.
¡Terrible laberinto de aguas, montes, nieves, lluvias y huracanes al que, de vez en cuando, un golpe de sol le añade siete horizontes más!
¡Qué bello y extraño nombre! Trapananda ... Me sonaba, no sé por qué, a palabra oriental, india. Me sonaba a nombre de imperio asiático legendario, como la Trapisonda de los Libros de Caballería y del Quijote. En ninguno de los diccionarios que consulté encontré nada que se le pareciera. Trapananda ... Era como para creer que algún escriba aficionado a los anagramas la había incluido en un documento de la época para burlarse de nosotros. Pero no; aparece en varios escritos independientes; no es posible dudar de su uso generalizado como denominación de esta región que hoy llamamos Aysén, y que entonces – hablo del siglo XVI – era todo el oscuro país de naufragios y penas que iba desde la isla de Chiloé hasta el Estrecho de Magallanes. Trapananda ... Me parecía, por otra parte, un vocablo no derivado de alguna lengua indígena: no me sonaba como suenan, por ejemplo, Traiguén, o Tralauquin o Trapalputra.
Y si era, como lo creía, un nombre castellano, consideraba su dilucidación de primera importancia puesto que en él debía estar cifrado el origen de esta tierra, su aparición en la lengua con que aún la reconocemos y habitamos. Trapananda ... No tuve mayor éxtio en mis indagaciones hasta que encontré el nombre escrito de otra manera: Trapalanda. ¡Traspalada! ¡Al fin! ¡Gracias a esa “l” la palabra adquiría un definitivo aire de denominación geográfica! Sí, la misma landa de Irlanda, de Holanda y de mil otras landas o tierras resonaba ahora en Trapa n/l anda. Así, me dije, todo el asunto está en averiguar el origen y sentido de esas trápana o trápala iniciales, pues es claro que con ellas se pudieron formar trápana-landa o trápala-landa, las que luego, por economía de la pronunciación, terminaron en trapananda o trapalanda. Partí entonces al descubrimiento de estas Tierra de la trápana y Tierra de la trápala tan misteriosas, internándome en el gran diccionario de Corominas. Ambas palabras, según éste, derivan de trampa. ¿Te imaginas? ¡El primer nombre de Aysén había sido Tierra de la Trampa! ¿No es como para ponerse a mirar Aysén con otros ojos, más alertas, más recelosos? ¡Tierra de la Trampa! Pero aún hay más, porque, conservando el origen común en trampa, resulta que trápala significa ruido de voces, chisme, embuste, enredo, engaño, y que trápala significa cárcel, lugar de alboroto o escándalo. Así, desde el punto de vista etimológico, se puede decir que Aysén tuvo en su origen un nombre ambiguo: Trapalanda, Tierra de la Trampa – Engaño, y también Trapananda, Tierra de la Trampa – Cárcel. ¿Son todavía estas tres palabras, trampa, engaño y cárcel, luces potentes que iluminan la realidad de este territorio, y que aún hay que tener en cuenta a la hora de amarlo y convertirlo?
Quien entrara en Aysén por mar, tal como lo hicieron los primeros, sin una carta, sea que, viniendo desde Chiloé, se internara por el canal de Moraleda, sea que, viniendo desde el océano abierto, entrara por el canal de Darwin u otro, se hallaría, pasadas las primeras islas, perdido. ¡Caído en una trampa! No de las trampas que ceden bajo los pies sino de aquellas que ceden ante los ojos, como el laberinto o como el espejismo. Ningún mar, ninguna pampa o llanura de hielos son comparables a esta trabazón glacial de aguas y tierras en cuanto al pasmo que inspira su infinitud geográfica. Un número infinito de islas desmenuzado por un infinito número de canales en un número infinito de puntas, lenguas y abras, y transfigurado por una infinita sucesión de nubes. En ninguna otra región del planeta tiene uno al adentrarse la sensación tan clara de haber perdido irremediablemente la salida. Pero no es sólo uno: también la tierra aquí y el mar parecen haber llevado demasiado lejos el juego colosal de que nos hablan los geólogos, la lucha por emerger y por sumergir, y ahora islas y canales son los miembros entremezclados de dos gigantes exhaustos en los que ya no alienta el ánimo de desligarse y vencer. En este inmenso teatro de aniquilación geológica, el cielo y sus meteoros reinan como amos absolutos sobre los añicos de tierra y los jirones de agua, y día y noche son tales y tan bruscas las mudanzas del clima que parecen fraguadas para escamotearle al hombre la última firmeza, las balizas del firmamento, el sol y las estrellas, y así mejor perderlo.
¡Terrible laberinto de aguas, montes, nieves, lluvias y huracanes al que, de vez en cuando, un golpe de sol le añade siete horizontes más!
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"Carta del Mar Nuevo"
del Poeta Ignacio Ballcels
Disculpen lo largo del texto pero no podía hacer un resumen del resumen.
del Poeta Ignacio Ballcels
Disculpen lo largo del texto pero no podía hacer un resumen del resumen.
5 comentarios:
Oye!, trapananda (o trapalanda) suena parecido a chapalapan...eso.
Trapalandanismos..
Se me llego a enrruedrrar la luenngua. Buen texto.
Claro que se te quedaron dormidos varios,porque nadie comenta. En celebracion de mi querido amigo mauro, salud con aguita marina. Bellas palabras.
Un abrazo
Gus´ano (desde ahora y para que dios me rebautice)
p.s.: Oye, Gemelos va por iquique, ya estas enterado; las entradas gratuitas. Atentos a la repartija, ademas porque el teatro no se utiliza en toda su capacidad, la obra requiere vision mas bien frontal -un dato para recordar a la hora de reservarse un asiento. Yo, me acabo de bajar del avion. Estaba a punto de ir, con charla y todo, pero apenas se financio una funcion y la otra esta medio regalada a la ciudad por la Cia. Despues, hice reserva para comprar mi pasaje y.....! imaginate, por fiestas patrias me sale el doble, mucho para estos dias. lo triste es que coincide con que La nena, mi señora madre, cumple 70 años de vida el 10 de septiembre y el sabado 9 mis hermanos se reuniran en casa de alex para agasajarla. Igual tendre que hacer otro viaje antes de fin de año, asi es que se me puso salado el asunto.
Tienes un grupo que cante valsesitos peruanos para este sabado?
Gus'ano
Míra ?????, Aysen se las trae y que me dices de García Alsué se avispo el curita.
saludos y a disfrutar GEMELOS
que buen texto, a mi me encanto, deberìamos leer màs de tus cuadernos Davalos.
gus'ano buscare con mi papà ahaber si se encuentra alguna cosa. un beso
"Trapananda o trapalanda, tierra de la trampa y el engaño... ¿Son todavía estas tres palabras, trampa, engaño y cárcel, luces potentes que iluminan la realidad de este territorio, y que aún hay que tener en cuenta a la hora de amarlo y convertirlo?"
Para amarlo, hay que sufrirlo. Trapananda invade por que el color es como una cascada que te cae encima y tocar con los ojos ese verde inmenso como nunca o ese color de los álamos cerca de la laguna cuando es otoño y lo amarillo del Ñirre, de las hojas y del campo, todo eso se te viene encima. Cuando se mira esta geografía loca, que sube y baja en montañas, alturas, nevados y escarpados sectores; cuando mirando al horizonte el paisaje de verdad te atrapa, porque después de un desastre de entrevista, después de hablar con el jefe sobre el proyecto que no anda o en medio de una conversación telefónica con algún personaje de una institución que a uno realmente no le importa, nada mejor que mirar hacia la ventana y en vez de encontrar cemento, ver la madera, el humo de las chimeneas, las planicies verdes, los paisajes ampliaos eternos hasta donde tus ojos ya no alcanzan a llegar y mejor aún la nieve tan cerca, helada realmente, viviendo el frío pero teniendo el lujo de poder abrir la ventana y respirar el aire más puro y profundo porque te lo permite así.
El lugar del truco, para aprender a mentir, y recitar los versos no más tristes, ni perversos, en realidad divertidos, traviesos. La tierra en que el Salmón se aleja pero vuelve a morir nadando contra la corriente; la tierra en que la nieve y el agua, en conjunto, no le ganan a la escarcha; la tierra del mate ché, amargo, no cualquier mate. La tierra en que los afuerinos, muchos somos, nos reconocemos. Acá no hay invierno sin tortas fritas y mermelada de murta que no puedan hacer olvidar el frío... Pero la distancia de esta cárcel, privilegiada, sí; pero lejana y fácil de olvidar por los que no están acá, te convierten en un patagón aprehendido.
“Tierra de la trampa y el engaño.”.. Todos vinimos por algo que hoy es muy diferente.... transformadora la Patagonia, transformadora.
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